Antes de responder, conviene comprender mejor el significado de la expresión “planificación familiar”. Esta comenzó a utilizarse y a ser promovida por el Population Council (Consejo Poblacional) en la década de 1950. Dicha organización no gubernamental —fundada por el multimillonario estadounidense John Rockefeller III junto con otros magnates y demógrafos— tenía como primera misión convencer al gobierno de los Estados Unidos de que el crecimiento poblacional mundial representaba una amenaza para la seguridad nacional.
Por ello, se emprendieron campañas intensivas a lo largo del mundo, animando a las familias a tener menos hijos. Además, se financiaron investigaciones sobre métodos anticonceptivos y se realizaron cuantiosas donaciones para que países pobres y con alta densidad poblacional pudieran implementar tales métodos y otras políticas de control demográfico. Todo esto se promovía bajo el atractivo argumento de una supuesta y necesaria “planificación familiar”.
Así pues, el término planificación familiar no tiene su origen en la doctrina católica, ni refleja en absoluto sus enseñanzas. Resulta lamentable que la expresión “planificación familiar natural” haya ganado terreno dentro de la Iglesia, cuando existen otras expresiones más adecuadas, ya consagradas en los documentos del Magisterio, como “regulación de la natalidad”.
No basta con que un método sea natural —y estoy convencido de que muchos católicos no comprenden en profundidad lo que tal naturalidad implica, aunque ello sea tema para otra ocasión— para que se considere automáticamente conforme a la doctrina. Es necesario reflexionar sobre el concepto mismo de planificación.
Para el Magisterio, no existe la idea de planificación familiar.
En sus documentos no se encuentra sugerencia alguna de que se deba planificar el número de hijos. Lo que se afirma es que “por razones justas, los esposos pueden desear espaciar los nacimientos de sus hijos” (CIC 2368). No se hallan en ningún texto oficial expresiones como planificación familiar natural, ni verbos como “definir”, “delimitar” o “planificar” el número de hijos. Mucho menos encontraremos formulaciones del tipo: “la pareja puede decidir no tener más hijos cuando…”.
Todas las orientaciones de la Iglesia giran en torno a un espaciamiento temporal —no definitivo— y siempre por razones verdaderamente justas. Espaciar o evitar significa vivir con la fe de que una imposibilidad actual puede no existir dentro de unos años. Es conceder un tiempo, una pausa, si fuere necesario. Y existe una diferencia sustancial entre detenerse y espaciar. Es posible espaciar los nacimientos durante uno, cinco o incluso diez años. Pero planificar implica pretender prever y controlar el porvenir, “que a Dios pertenece”, como sabiamente reza el dicho popular.
Métodos naturales versus planificación familiar
Los métodos naturales, como el Método de la Ovulación Billings, el Método Creighton y otros, son medios técnicos importantes de apoyo a los esposos. Sirven para regular la concepción, para buscarla, y también para un mayor conocimiento del cuerpo y seguimiento de la salud femenina. Sin embargo, no pueden ser considerados instrumentos de una planificación familiar natural, pues aunque la técnica sea natural, el concepto de planificación, en su origen, no lo es.
“Hoy se reconoce firmemente la base científica de los métodos naturales de regulación de la fertilidad. Su conocimiento es útil; su empleo, cuando existen causas justas, no debe quedar reducido a una mera técnica de comportamiento, sino que debe insertarse en la pedagogía y en el proceso de crecimiento del amor.” (PSC 35. cf. Evangelium Vitae, n. 97)
La técnica debe estar al servicio del amor conyugal, que es, por naturaleza, fecundo. La eventual necesidad de evitar un embarazo ha de ser sentida por los esposos como un sufrimiento, un impedimento. Esto no es planificar, sino utilizar la inteligencia y los medios disponibles para tomar decisiones necesarias. San Pablo VI no deja lugar a dudas al afirmar que el recurso a los métodos naturales está condicionado por una necesidad, es decir, hay un “si” bien explícito:
“si para espaciar los nacimientos existen serios motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges, o de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar del matrimonio sólo en los periodos infecundos y así regular la natalidad sin ofender los principios morales que acabamos de recordar.” (cf. Humanae Vitae, 16)
Y los motivos serios no deben ser comprendidos únicamente bajo una óptica financiera. San Pablo VI señala en la Humanae Vitae el conjunto de condiciones que sirven de base para que un matrimonio evalúe la necesidad de recurrir a los medios naturales para espaciar las concepciones:
“En relación con las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, la paternidad responsable se pone en práctica ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido.” (cf. Humanae Vitae, 10)
No se trata únicamente de condiciones materiales, sino de un conjunto de criterios fundados en aspectos físicos, económicos, psicológicos y sociales. Sólo a modo de ejemplo —pues las situaciones son innumerables y no existe una “lista de control”—, se pueden mencionar: la salud de la madre (tanto para gestar como para cuidar), la salud psicológica de la madre y del padre, y la realidad social en la que vive la pareja (como vivir en medio de una guerra o una catástrofe natural; habitar en un solo y diminuto cuarto sin posibilidad de cambio; o vivir bajo un régimen que impone límites al número de hijos y sanciones que comprometen la familia, etc.).
No pretendamos definir por los esposos cuáles motivos son graves. Esta es una tarea que compete a cada matrimonio. Lo que sí podemos hacer es exhortar, como lo hace la Iglesia, a que sean generosos, valientes y confiados en la gracia de Dios. Y debemos esforzarnos para que comprendan la dignidad de estar abiertos a la acción divina, pues no sólo permiten el nacimiento de un hijo, sino de un alma destinada a adorar a Dios y a poblar el cielo. Y que, existiendo causas justas y con plena libertad, puedan espaciar los embarazos con respeto a la ley natural.
El uso de los métodos naturales con mentalidad planificadora implica una contradicción. Si por un lado los esposos buscan la sintonía con el Creador al recurrir a la técnica recomendada, por otro se alejan de Él al pretender controlarlo todo y no confiar en su ayuda para la crianza de los hijos. Por ello, nuestra misión es enseñar la paternidad responsable, no la planificación familiar.